En una discoteca de dos pisos me caí rodando por las escaleras y se me rompió el tacón de un botín.
Llevaba un vestido y acabé en el suelo con él tapándome la cabeza. Por suerte era invierno y llevaba pantys bastante tupidos (se llevaban entonces así). De cintura para arriba no quiero pensar hasta donde se me vió, aunque caí de morros, no creo que mucho.
Visto que no me había matado, me levanté rápidamente y como no podía andar toda la noche con un tacón puesto y el otro en la mano, quité el tacón del otro botín. Se los dí a un amigo para que los guardara. Seguí la juerga como si no hubiera pasado nada, y al cabo de varias horas me fui a mi casa.
Al día siguiente tiré los botines y recordé que no le había pedido a mi amigo los tacones. Ahora acabó de volver a recordar que nunca recuperé mis tacones y no sé que haría mi amigo con ellos, porque no me preguntó.